DEL SENTIMIENTO TRÁGICO... DE LA ENSEÑANZA

5 de septiembre de 2009

Pimpinela, la Barbie Robocob, la Camello, la Loca,... incluso la Mandona, en la época que usaba un micrófono como el de Madonna. Esos han sido algunos de los motes que mis alumnos me han puesto y de los que me he enterado. Vaya usted a saber los que no sé.

Comienza el curso y comienza el momento de dirigirme a las puertas de las clases, de respirar con fuerza y de concienciarme de que lo que voy a encontrar es cerca de una treintena de niños que me observarán, buscarán mis debilidades y aprovecharán, unos más y otros menos, lo que con tanto interés e intensidad intento enseñarles... y que no les importa en absoluto.

Terminará la clase. Saldré con un suspiro mientras me ignoran. Estaré agotada. Me dirigiré a otra puerta, intentando recordar qué es lo que tengo que explicar esta vez, respiraré fuerte y entraré a hablar, a reñir, a intentar pedir un mínimo de disciplina para que se me oiga, a intentar conseguir el interés de los alumnos por algo que rechazan, a...

En ocasiones se crea una complicidad preciosa; en otras, es un infierno. Los niños vierten sus frustraciones o su mala idea pura y dura en el profesor, sabiendo lo que nos jugamos si no tenemos paciencia con ellos y les gritamos nuestra propia frustración. En esos casos es una guerra injusta y cruel que siempre tenemos perdida.

Así que, ponemos cara de poker; intentamos que no adviertan nuestra desesperación; procuramos controlarnos para salir del aula todo lo airosa y dignamente posible.

Parecemos esos payasos repintados a los que se les escapa una lágrima. Detrás, nuestro auténtico yo destrozado.

Me decís que tenemos dos (no tres, por Dios) meses de vacaciones. ¿Serían ustedes, padres, capaces de pasar hora tras horas, no con su hijo adolescente, sino con veinticinco o treinta iguales en una habitación, intentando que le escuchen? Yo lo hago a diario. Yo, y muchos miles en el mundo. Y en ocasiones vale la pena, porque es algo precioso, porque ves que sirve para algo cuando te encuentras a un antiguo alumno que te reconoce, y te saluda y te dice que se ha casado, que tiene un hijo y que trabaja de... jardinero o veterinario o bailarina,... o que por fin estudia lo que quería. Han encontrado su lugar en el mundo, y sentimos que hemos puesto un pequeño granito de arena para que lo consiguieran.

Pero cuando te encuentras en un curso en el que el principal entretenimiento es humillarte, y tu única defensa es aguantar mecha con dignidad... es demoledor. Somos muchos los que hemos salido de una clase aparentemente serenos y nos hemos derrumbado en un rincón del instituto, cuando nadie nos ha estado viendo.

Para los que tienen un jefe, imagínense tener veinticinco cada hora...

Leo el blog del profesor Cuyami . Gracias, porque pones en tu boca todo el dolor, toda la rebeldía y toda la ansiedad por la incomprensión que tiene esta profesión. Gracias, también, a los comentarios que acompañan tu texto, porque no son más que el reflejo de lo que piensa la sociedad.

Es una profesión dura. ¿Que son muchos los dos meses de vacaciones? No lo creo. Como los reduzcan, los que saldrán ganando serán los sillones de los psicólogos, que siempre estarán ocupados.