16 de agosto de 2011
Han pasado muchos meses sin escribir nada. La entrada anterior era un intento, casi fracasado en su totalidad, de hacer que mis alumnos entraran en mi blog y participaran. Ha sido una equivocación. Debo tener más claras las ideas y no mezclar mi trabajo con mi vida y mis emociones.

El caso es que muchos profesores no somos capaces de hacerlo. Al menos yo, no. Acabó el curso y estaba exhausta. Pero no es un cansancio (sólo) físico. Es la familiar sensación de haber querido llegar a ellos y no haberlo conseguido. Y es que, aunque yo quiera, a ellos no les interesa. Miras tus correos pensando que alguien te escribirá simplemente para decirte adiós, y nada.

Este curso ha sido difícil. En otros institutos he encontrado delincuentes; gente enferma que necesitaba apoyo; analfabetos que precisaban un empujoncito para echar a andar y tirar para adelante como todos los demás niños de su edad,... Y gente buena.
Pero este año he descubierto, junto a esa gente que vale la pena, niños malvados, retorcidos, mentirosos hasta ser incapaces de reconocer la verdad, manipuladores, para los que no importa ni siquiera traicionar a sus amigos y compañeros de "mafia". Capaces de robar y de involucrar a unos y a otros para salvar su propio pellejo. Cínicos de 14 años.

Y no uno, sino varios. ¿Qué va a ser de ellos? ¿Y de aquellos que han sido vejados, manipulados, robado,... sin que apenas apenas hayamos podido ayudarlos, porque no han hablado claramente hasta el final?

Y, ¿qué pasa con los padres, que luchan por sus hijos creyéndolos inocentes de todo, cuando en el fondo ya saben que hace tiempo dejaron de serlo? ¿Y con los de aquellos niños que ven como sufren el acoso y no saben cómo ayudarles?

Esto, sin olvidar las horas que los profesores hemos pasado con ellos, sufriendo su mala educación y su cinismo e intentando ayudar a sus víctimas,... que simplemente no hablan por miedo. He visto profesores que salían de clase con el rostro demudado, pero que, al preguntarles, niegan que suceda algo,... cuando poco antes has pasado por allí y has oído un caos de voces. Y poco tiempo después los ves, derrotados, con la espalda en la pared y aguantando la angustia.

Todo esto nos llega a los profesores, y es como intentar remendar un velo destrozado por la furia de una tormenta. ¿Cómo puedes ayudar a todos, víctimas y verdugos, sin terminar destrozada tú también? Porque es muy difícil hacerlo con las manos atadas atrás, porque estos niños problemáticos son listos, rápidos y con una intuición especial para saber engañar y, además saben las limitaciones de tu posición.

Pero todos los niños tienen derecho a sentirse seguros y libres, aunque sea una ironía esto, cuando apenas pueden salir de las aulas.

El simple hecho de empezar a hablar con su tutora y explicarle por todo lo que pasan, ya es un paso muy importante y es el momento en que puedes intentar ayudarles.

¿Y los niños problemáticos? ¿Son carne de cañón? Quiero creer que no. Que la vida les enseñará su camino, y quizás encuentren a alguien, profesor o no, que sepa encauzarlos.

Gracias, Daniel Pennac, por tu libro Mal de escuela. Tú que fuiste un zoquete, como te considerabas a ti mismo; tú, que llegaste a robar a tus propios padres, me das una esperanza para ellos. Siendo ya profesor, me cuentas cómo pasaste de un niño aparentemente inútil para el estudio y pequeño delincuente, a profesor y novelista de éxito. Gracias a tres o cuatro profesores que supieron qué hacer. Me da esperanzas.

A lo mejor yo no seré la persona que les dé el toque mágico que les ayude a cambiar, pero, a lo mejor, encuentran a alguien.

Pero... ¿y sin saberlo he influido en algo y empieza a cambiar alguno de

ellos? ¿Habré servido para algo más que para enseñar Lengua este curso?

En este estado, ¿quién está por la labor de leerme la nueva ortografía para ponerme al día?

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